Jason Bourne: el espía sin memoria
Archivado en: Inéditos cine, sobre "Jason Bourne" de Paul Greengrass
Jason Bourne (Paul Greengrass, 2016), la última cinta de la saga del agente amnésico protagonizada por Matt Damon, se ve como se escucha una pieza musical en la que todo es ritmo. Un ritmo vertiginoso, sin un ápice de melodía, que sólo atiende a la sucesión acelerada de las secuencias y no a lo que éstas aportan a la progresión del conjunto del argumento. Argumento que, por lo demás, en líneas generales, sigue siendo el mismo que el de las tres entregas anteriores -El caso Bourne (Doug Liman, 2002), El mito de Bourne (Paul Greengrass, 2004) y El ultimátum de Bourne (Paul Greengrass, 2007)-: el más letal de los agentes de la inteligencia estadounidense quiere saber quién es y por qué se le persigue con el encono que lo hacen los responsables del programa Treadstone de la CIA.
Leo asimismo este verano las aventuras de XIII, la historieta de Jean Van Hamme (guion) y William Vance (dibujo) también basada en ese universo de espías sin memoria del novelista estadounidense Robert Ludlum. A medida que avanzo en los distintos álbumes -El día del sol negro (1984), Todas las lágrimas del infierno (1986), La noche del 3 de agosto (1990) ...-, constato que los cómics -con páginas enteras sin ningún bocadillo- también caen en ese exceso de ritmo. Es una pena porque lo del espía amnésico me parece un hallazgo argumental sublime, que se desaprovecha con el festival de puñetazos y tiros. Pero centrémonos de momento en la pantalla.
Esta magnificación del ritmo me lleva a pensar que Cecil B De Mille podía haberse callado en vez de sentenciar aquello de que las películas "tienen que empezar por un terremoto y seguir subiendo". Sin embargo, el del ciclo de Bourne es tan magnético que incluso llega a echarse de menos en las tres o cuatro secuencias en que no hay tiroteos o peleas. A falta de otra película de más interés en la cartelera de una de las multisalas donde se programa, a la que estaba invitado gentilmente, tuve oportunidad de ver Jason Bourne hace algunos días. Salí de la proyección como si hubiera asistido a una de esas tamborradas de la Semana Santa de Calanda. Sin embargo, de haber presenciado una de estas celebraciones turolenses, hubiese evocado a mi admirado don Luis Buñuel, quien -como es harto sabido- vino al mundo en Calanda y -pese a ser "ateo gracias a Dios"- gustaba de tocar allí el tambor cuando le era posible.
Por el contrario, con el filme de Greengrass, sólo he llegado a evocar a Elio Petri, un cineasta menor -como suele serlo el cine concebido en base al didactismo de una idea política, la que sea- de la pantalla comprometida italiana de los años 60. "¿Qué puede haber en común entre Petri, realizador de cintas como La víctima número diez (1965), A cada uno lo suyo (1967) o Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (1970) y la saga Bourne?", se preguntará el lector. Ahí va la respuesta: un teleobjetivo.
Tanto A cada uno lo suyo como Investigación sobre un ciudadano... están fotografiadas, en gran medida, con una óptica de estas características. Al igual que todas las persecuciones de Bourne. El resultado es que, en proyección, el sujeto retratado aparece en el lienzo -la pantalla- empastado contra el fondo ante el que se encontraba cuando fue filmado. Más aún, en la vida real, quien espía a otra persona suele hacerlo con teleobjetivos. Aunque el cine, dada la dificultad de trabajar con esta óptica -sin ninguna profundidad de campo y, por lo tanto, mucho más dada a movimientos del encuadre no deseados- no suele hacerse.
Tanto en el ciclo de Bourne como en las cintas de Petri la elección es una de las cosas que alabo. Creo que, desde una perspectiva más elevada que la de la simpleza de los puñetazos y las peleas, que tanto gustan a quienes van al cine a comer palomitas, denota tanto un afán de reflejar la realidad como una encomiable voluntad de estilo. En Jason Bourne también aplaudo el constante retrato de pantallas de los ordenadores, la loa a las nuevas tecnologías de la información y comunicación que conlleva. Esas tecnologías son lo que más me interesa de nuestros tiempos. Y, por supuesto, me rindo sin paliativos ante la delicada belleza de Alicia Vikander. Pese a incorporar a una arribista de la talla de Heather Lee, cada vez que aparece en el lienzo es un bálsamo de paz entre tanto reparto de leña.
Publicado el 24 de agosto de 2016 a las 11:00.